Cuando intentamos definirnos como humanas y el corrector automático nos sugiere el genérico “humanos”, nos damos cuenta de que no estamos; aunque, a decir verdad, nos habíamos dado cuenta mucho antes, cuando decidimos querer ver. Y empezamos a notar con una persistencia sistemática, que aquellos que escribieron los libros que leíamos, pero también las leyes; los que dirigieron las películas, así como los comerciales, aquellos nombres que figuran como importantes en las páginas, en las calles y los muros, estaban todos cobijados por capas de ficción, de género, raza y clase que, no casualmente, encajan en la fórmula hombre-blanco-heterosexual.

Entonces, dijimos, vamos a responder con nuestras propias ficciones, indeterminadas y des-establecidas a nuestro antojo. O mejor, vamos a escuchar las voces, no de La Historia, sino de las historias.

Modernizarse es una orden y no la vamos a obedecer porque nos impide tener dudas, no nos permite detenernos. Y nos preguntamos ¿Por qué el saber, que es poder, insiste en seguir valorando todo como recurso explotable? No hay modernidad sin colonialismo y los mandatos modernos han instaurado una idea del tiempo lineal que corre hacia adelante.
En cambio, vemos el tiempo como densidad y repliegue: reconocemos la superposición que hace sobre sí mismo y que lo cubre todo con la estela de lo trágico; pues vivimos en un país que se reedita, en un mundo que se reedita.

¿Necesitamos un enemigo para activar?

No somos únicamente una respuesta al patriarcado, no queremos hacer eco de la teoría del enemigo, del “otro necesario”, no queremos pintar una raya que divida al mundo en dos, y construir una identidad basada en la exclusión del contrario; no queremos anular ni borrar la diferencia, somos una práctica política que busca intervenir la idea de mundo, dudando de lo que parece obvio.

Es necesario el enojo, ¿cómo no repetir las mismas respuestas a las mismas provocaciones? Es necesario el caos, el desacuerdo y la discusión, donde hay discusión, hay pensamientos vivos. Hablamos de las contradicciones, de los espacios que se abren a la luz de la contradicción, porque no queremos un acuerdo totalizante, ni un “TODOS” que nos abarque y nos uniforme.

Las mujeres siempre hemos hecho historia, aunque nos hayan impedido conocerla e interpretarla, aunque hayamos sido encorsetadas en “el lugar de lo femenino”. “...El relato de las representaciones dadas durante miles de años ha sido escrito sólo por hombres y contado con sus propias palabras” (Lerner, Gerda 1990). Por esto buscamos configurar relatos subalternos del lado de la historia que es generalmente desconocido, ignorado o tergiversado.

Ahora vamos a desconfiar del legado positivista, del humanismo, cuestionando todo lo que ha sido establecido como “lo natural” y vamos a hacernos cargo de nuestras propias narrativas, manteniéndose abiertas y susceptibles de múltiples combinaciones.

Los paradigmas cambian, lo que implica nuevas maneras de aproximarnos a las cosas y organizar el conocimiento.
Queremos ver entre líneas lo que ha sido omitido por el macrorrelato. No vamos a ofrecer certezas sino que vamos a cuestionarlas,
No nos aproximamos a saber qué o cómo, nos aproximamos a un no saber aún.
Articulando el conocimiento y la experiencia, creando un espacio para lo inesperado y lo impensado.
Nos interesa lo que el arte hace y no lo que muestra.
Los paradigmas cambian, No solo en la manera de aproximarnos a las cosas, sino también a lo largo del significado de las palabras,
¿A quién le pertenece el lenguaje?

Nuestra episteme como un juego contaminado.

(Cuatro mujeres; ahora jóvenes, ahora estudiantes, ahora artistas, decidimos juntarnos y poner en diálogo nuestras prácticas, en octubre del 2020, en plena pandemia, viendo cómo el mundo promete a la vez desmoronarse y crecer sin medida.)

Creemos en el potencial de replicar acciones, de tejer redes de interdependencia, de colectivizar prácticas, de intercambiar y cooperar con otras.
Nos/otras
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